jueves, 13 de noviembre de 2014

Inmensa, negra y peluda

Tu transpiración mantiene el aire espeso y caliente. En la oscuridad, las sabanas con figuritas de Mickey Mouse apenas ocultan cómo tu cadera martillea la entrepierna de la catira; la que llegó solita y sin preguntar. Tus dedos aprisionan grandes mechones de cabello, para después halarlos con fuerza haciéndola gemir con más fuerza. Sin dejar de martillar, claro está.  Tus pies cuelgan por fuera de la cama que se estremece en cada golpe de torso, chocando insistentemente contra los estantes repletos de juguetes que hoy deberían ser objeto de estudio de la arqueología. 

De pronto, un ligero pero decidido golpe de puerta te paraliza. Pero, un segundo después, decides ignorarlo y seguir con lo tuyo. El golpe de puerta insiste en molestar. Te levantas con violencia y mandas a quien quiera que sea al mismísimo carajo.  El cuarto de un hombre se respeta, gritas con soberbia. Esperas respuesta durante unos segundos, pero no pasa nada. Con cara de ganador del Roland Garros  entierras tu boca áspera en el cuello de la catira, ríes y continúas martillando. 

Pero poco te dura el gusto, porque ahora el golpe de puerta no es amable. Nada amable. Uno tras otros, los mazazos sacuden la puerta que cruje como una galleta de soda a punto de quebrarse. Ojalá pudieses ver desde afuera cómo saltas de la cama, más pálido que de costumbre, completamente desnudo... a excepción de las medias de lino. Estás aterrado por dentro. Y también por fuera.  Te acercas poco a poco a la puerta que no deja de estremecerse, tratando de pegar la oreja y averiguar quién está haciendo esto.  Pero nada. Sólo son golpes que no ceden. 

No muy convencido del todo; movido más por el miedo que por la razón, giras la manilla y abres la puerta. Blanco te pones. Ni te mueves frente a esa inmensa araña negra y peluda. Tan negra y tan peluda que no cabe por el marco. Das pasos hacia atrás, hacia la cama, mientras la araña empuja su cuerpo, escurriéndose hacia ti, buscándote con cuatro de sus ocho patas. Sin mirar, moviendo las manos por tu espalda tratas de ubicar a la catira, la que llegó solita y sin preguntar. Pero no está allí. ¿Cómo salió? Ni tú lo sabes. Lo cierto es que eres tú contra la inmensa araña negra y peluda. 

Por necesidad y no por valor, descompletaste tu colección de revistas pornográficas, tomando una para hacer un garrote, paradójicamente flácido. Golpeas con los ojos cerrados a la inmensa araña negra y peluda que ya se te vino encima. Tu arma cada vez es más revista y menos garrote. Empiezas a rezar cuando el insecto te toma con cuatro de sus ocho patas y te alza. Piensas que te va a comer, pero no. Te lanza contra uno de los estantes donde tienes estacionados decenas de cadillacs, ferraris y volvos de acero ya oxidados. El choque es estrepitoso. De escala Schwarzenegger o quizás Chuck Norris. Pero no te amilanas. Desde el suelo, tomas uno de esos modelos de lujo a escala y lo lanzas con todas tus fuerzas hacia la inmensa araña negra y peluda, golpeándola entre los ojos. La hiciste gritar con desesperación, caer y temblar hasta quedar paralizada. Tembloroso y húmedo, te levantas y tanteaste la pared en busca del interruptor de la luz, que al encenderlo te deja ver como tu madre yace en el suelo.          

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