domingo, 23 de noviembre de 2014

LA VISITA


Estoy consciente de lo desagradable que es recibir la visita de alguien que no se espera. Peor aún si es alguien que uno no quiere recibir. Pero tenía que hacerlo. Varias veces había rondado su casa, pero no era momento. Esa noche sí.


Lo encontré pulsando con delirio furioso el gastado teclado de su computadora.  Sudaba frío, pero jadeaba caliente. Apretaba los ojos y los abría a medio camino. Sacudía los brazos de vez en cuando como para aliviar la tensión. Meneaba la cabeza sin sentido fijo y, en ocasiones, hasta llegó a arquear. Me daba lástima verlo en esas condiciones. Pero así es la vida… sobre todo en ese momento.


Me acerqué poco a poco y llegue a ver cuando tecleó la frase: "Su  corazón decidió  dejar de latir...". Y precisamente en ese momento su corazón dejó de latir. Cayó de rodillas frente al escritorio, con la dignidad de un torero corneado. Pero de pronto, tembloroso, pero determinado, se aferró a la silla y se levantó. El fue siempre así de terco. Le gustaba llevarme la contraria. Tanto así, que sin aire en el pecho tecleó: "...Pero, el escritor volvió a respirar".


Aunque no debía, me alegró presenciar cómo en pocos segundos recuperó el aliento. Fue a la cocina. No lo seguí, pero escuché como tomaba agua del chorro con desesperación, mientra yo curioseaba un reloj de pulsera que estaba en su escritorio. Uno de esos baratos y viejos. De los que muestran la fecha.  23 de noviembre.

Después de eso, no me quedó más que asumir el teclado y apretar el botón  de la flecha invertida. El que fue borrando, letra a letra, la última frase del escritor. Luego, lo escuché desplomarse con un ahogado grito de despedida.


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