miércoles, 30 de marzo de 2011

UN POCO DE MI TRABAJO: "El Clima no está loco"



Esta canción fue escrita junto a Marianella Alonzo para el programa Tricolor TV, transmitido por Colombeia, Televisora Educátiva de Venezuela.

viernes, 25 de marzo de 2011

Josefina

Josefina entró a la Maternidad Concepción Palacios, llevando con orgullo su bella barriga a punto de reventar. Sin embargo, su rostro rustico y curtido por el llanto y la tristeza de dos perdidas anteriores revelaban la profunda frustración de la única razón de su adultez: ser madre.

Dos día después, Josefina se dirigió al retén a buscar a su bebe, a quien recibió de manos de un joven enfermero, que en medio de la conversación le comentó que tuviese cuidado, porque los vigilantes, en complicidad con la policía, arrebatan a los recién nacidos de los brazos de sus madres para venderlos en el exterior. Luego de un gesto de entendimiento y aprobación, comenzó a retirarse hacia la salida del centro hospitalario. Caminó lentamente, concentrada en cada paso que daba, calculando cuan cerca estaba de salir de la Maternidad y del peligro de que su hijo fuese arrebatado. De pronto, sintió que la perseguía. Ella apuró el paso.

Inmersa en el panico, Josefina corrió y se escondió en cada uno de los consultorios, salas de parto, baños y cuartos de limpieza. En más de una ocasión fue interceptada por sus persecutores, pero siempre logró escapar. Incluso la historia persecutoria se intensificó, cuando ella comenzó a notar que el bebe no lloraba, que no quería comer y que todo el tiempo estaba dormido.

Arrinconada, por fin, la persecución parecía haber terminado. Josefina en el suelo, sucia, golpeada y sangrante, permanecía de rodillas, incrustada en una esquina de una inmensa sala de espera. Sus persecutores, los policías, el vigilante, el doctor de guardía y una enfermera no sabían que hacer, sólo la veían con expectativa.

Uno de los policías salió del letargo, sacó su pistola, la apuntó y le instó a entregar al niño. Josefina se volteó lentamento y dejó caer al niño. Era un bebe de plástico. Ella nunca supo que sufria de una enfermedad mental conocida como «mal de la madre psicológica».

Perro de quinta


Que buena es la vida de un perro de quinta. No de un perro callejero, de un perro de taller o de un perro pastor del páramo, sino de un auténtico perro de quinta, de raza y con pedigrí.

Para comenzar, un perro de quinta se levanta a la hora que quiere, sin despertador ni obligaciones. Sencillamente porque para él es imposible programar un despertador. Dada la situación, el perro de quinta sólo tiene que dirigirse a la cocina y mirar con esos tiernos ojos cristalinos a la señora de servicio o a la dueña de la casa y desayunar. Luego sólo debe fingir tristeza al ver a los niños irse al colegio o a los dueños partir al trabajo.

Por otro lado, es una ventaja indiscutible en la vida de un perro de quinta no tener que estudiar cinco, o más años, hacer un doctorado, o ganar alguna beca, para demostrar que es inteligente, sólo tiene que agarrar la pelota cuando se la lanzan, encontrar un hueso enterrado por él mismo, o, en el más exigente de los casos, evitar cagarse dentro de la casa.

Además no hay nada más simpático y bonachón, que un perro de quinta. Todos los quieren acariciar, cargar y alimentar con chucherías a escondidas de sus dueños. Las viejitas no les tienen miedo ni sus dueños les ponen bozal, y por lo general terminan siendo protagonistas de cuñas de papel “tuale”, hecho paradójico, considerando que los perros no se limpian después de hacer pupú.

En fin, que buena es la vida de un perro de quinta. Lo único malo es que no tienen pulgares.

Se enfrió la relación


El viejo conserje español veía cómo una pareja discutía airadamente en la puerta del edificio. María Eugenia le reclamaba su actitud indiferente, su escasez de detalles y su falta de pasión; trataba de hacerle entender que la relación se había enfriado definitivamente. David, la sujetaba fuertemente por las manos, mientras le respondía que era ella la distante, con sus excesivos horarios de trabajo, su sueño destructor de intimidad y sus celos infundados,. Sí, tenía razón: la relación se había enfriado definitivamente.

La mujer no aguantó más y le gritó al conserje que detuviera un taxi. El conserje corrió a la acera y lo hizo. Ella abandonó la entrada del edificio y él la siguió suplicando bajo el presagio de la ruptura. En ese preciso instante María Eugenia, David y el viejo conserje español no pudieron evitar ver un espectáculo único, no sólo por su naturaleza, sino por el momento y el lugar en el que se presentó.

Desde el final de la calle se acercaban dos heladeros, cada uno con su carrito. Él hombre con su Tío Rico, la mujer con su Efe, jugaban a chocarse mientras reían y se decían cosas ininteligibles, pero olorosas a primerizo amor. Entre choque y choque, los alegres heladeros rozaban sus manos, sus cachetes y sus caderas. Pero justo cuando pasaban frente a la pareja, el taxista y el conserje, los amantes soltaron sus carritos, se entrelazaron con fuerza y comenzaron a besarse apasionadamente, con el deseo propio del preludio de una sudorosa relación sexual. No pararon los besos, y las caricias se hicieron cada vez más profundas y eternas para los heladeros, la pareja, el taxista y el conserje.

La mujer abordó el taxi y se fue para siempre. El hombre se devolvió al edificio y comenzó de nuevo. Ambos entendieron que la relación se había enfriado definitivamente. El conserje corrió a buscar a su Lolita. Esa noche le hizo el amor.

De los usos sexuales de un par de medias


Susana, no seas tan dominante, que un día ese tipo te va a dejar. Eso me advertía mi hermana cuando le decía al mequetrefe de Julián sus cuantas verdades. Pobre enano. Debía darse con una piedra en los dientes de alguna vez tenerme a su lado y agradecerme hasta el infinito que jamás le había montado los cachos. Sí, reconozco que a veces me excedí de sincera. Pero los insultos y las bofetadas eran por su bien, para que reaccionara. Su insignificancia como hombre me producía una sensación de perder mi tiempo con él, en lugar de estar con otros hombres de verdad.
Por eso me sorprendió mucho la noche que se apareció en mi casa la fulana Martha. Nunca mencionada por el bobo atómico, ni sus amigos, tan infames y nulos también. Era bajita, pero recia. Con un exagerado cabello castaño y una voz penetrante, que más bien era una ráfaga de viento ronco que golpeaba mi rostro, entró sin autorización en la sala y se sentó en el sofá. Seré breve, quiero que dejes a Julián. Él me ama, y queremos ser felices sin ti. Esas fueron sus palabras. ¿Amarte a ti? ¿Vivir sin mi? Imposible. Moriría como un pez fuera del agua. Eso pensé mientras me sentaba a su lado, y comencé a reír con ironía. Mira, muchacha loca, ni lo dejo ni me deja. Así que puedes irte por donde viniste, sino quieres tener un problema conmigo. La amenacé, con más temor que convicción.

Sin ni siquiera dejarme saborear la advertencia, Martha se levantó y comenzó a apretar con fuerza mi cuello, mientras sus ojos se salían de la cara y penetraban mi mirada sorprendida y sin aire. El impulso nos llevó hasta el borde de mi escritorio, donde con mucho esfuerzo y casi asfixiada pude agarrar un bolígrafo y clavarlo en su pecho, exactamente en el lado del corazón. Martha quedó paralizada, soltó mi cuello y bajo la cabeza lentamente hacía su seno izquierdo, de donde brotaba un pedazo de tela blanco. Era una medía enrollada, que simulaba su feminidad. Luego, dando un par de paso atrás, se quitó la peluca y se restregó el maquillaje con el sudor. Era Julián, como siempre, sin valor suficiente para defenderse a si mismo.