domingo, 30 de abril de 2017

COMANDO ANABEL: Comedia cuaimatizada en un acto




Sentado en un banco de madera de una menesterosa plaza, Luis Alberto Algarete disfruta leyendo un periódico deportivo, mientras mastica a mandíbula batiente un crujiente tostón de bolsita. De pronto, al fondo una sombra se desplaza de un lugar a otro.

El hombre se voltea un par de veces, como si sintiera una presencia, pero pronto vuelve a su entretenida lectura. En breve, la imagen de La Comandante se hace visible a lo lejos. Con sus binoculares observa a su potencial presa. Inicia su acercamiento, sigilosamente, formando una parábola para no ser detectada.

A ratos, Luis Alberto voltea, lo que obliga a la mujer a realizar acrobáticas maniobras a ras de piso. Finalmente, el hombre saca de su bolsillo un celular y, sonriente, se dispone a realizar una llamada cuando es sorprendido por la inmensa mujer, que lo apunta con un fusil.

La Comandante:         (con sonrisa irónica) ¿A quién vas a llamar?

Luis Alberto:               (mostrando el teléfono) Es un “perolito”, pero llévatelo si quieres.

La Comandante:         Aquí el delincuente eres tú, Luis Alberto Algarete.

Luis Alberto:              ¿Cómo sabes mi nombre? ¿Quién eres tú?

La Comandante:     No te hagas el loco, Algarete. Tú sabes quién soy yo y a cuál organización represento. Llevamos meses siguiéndote la pista. ¿Tú qué creías? ¿Ah? ¿Que ibas a seguir haciendo de las tuyas y nunca ibas a caer?

Luis Alberto:             Sigo sin entender… ¿Quién…?

La Comandante:       (interrumpe levantando la voz con firmeza) ¡Ibas a llamar a tu amante, chico!

La Comandante revisa su mochila y saca una libreta de anotaciones. Con brevedad y determinación llega a la página deseada.

La Comandante:         (como una ráfaga mortífera de palabras) María Antonia Chapuza Hernández. 27 años. De Macaracuay. La llamas cariñosamente “la negrita”. Trabaja como doméstica en una casa de familia, donde emplomaste un piso y encamisaste las paredes de un cuarto para que las visitas se queden cuando haga falta. La ves dos veces a la semana a golpe de las 1700 horas y un sábado cada tres semanas a las 0900 horas de la mañana, cuando tu esposa cree que estás trabajando.

El hombre, estupefacto de la impresión, apenas logra balbucear.

Luis Alberto:             ¿Cómo sabes todo eso?

La Comandante:       (en otra ráfaga de palabras) El Comando ANABEL lo sabe todo. Un grupo de elite, formado por mujeres capacitadas en artes y ciencias militares, y cuya única misión es garantizar la felicidad y la estabilidad de todos los matrimonios de este país, dando cacería a todos aquellos infieles que osan mancillar el más sagrado convenio establecido por una pareja.   

Luis Alberto lucha por salir de su asombro. Comienza a reír burlonamente, pero al instante, inicia una explosiva huida que es arruinada por La Comandante, quien de un jalón regresa al acusado al banco.

Luis Alberto:             (tratando sin éxito de zafarse de la fuerte mano de la mujer) ¡No tienes pruebas!

La Comandante revisa nuevamente su mochila. Esta vez extrae una carpeta azul, rebosante de papeles, mapas y fotos, y en cuya portada puede leerse la frase “TOP SECRET”. Poco a poco despliega sobre las piernas de Luis Alberto diversos papeles, entre los que se encuentra un mapa, recibos de pago y cartas de amor.

La Comandante:      (ríe con soberbia) Algarete, Algarete, Algarete… (Luis Alberto observa pasmado las pruebas que la mujer va colocando en sus piernas). Por lo general, despliegas tus operaciones en los sitios que frecuentas laboralmente. Así no despiertas sospechas con escapadas en horas irregulares y mantienes controlado el tiempo que te toma desplazarte a tu casa. Sales y llegas a la misma hora cada día, como un ciudadano ejemplar.

La Comandante despliega una serie de fotografías.

La Comandante:      Danielita Tovar, alias “mi cuchicuchita”; Sandra Maldonado, alias “mi corazón de melón”; Ruth Fuentes, alias “mi reina bella” y Sonia Mejías, alias “mi loba salvaje”. Esas son tus víctimas más recientes, antes de la de turno. La raya roja que ves allí (señala con el dedo), en el mapa, indica la ruta de acción que desarrollas con las inocentes damas en cuestión: el kiosco “El empedrado”, la fuente de soda “El rincón del sancocho”, la tintorería “El chino” y la tienda de dulces criollos “Tú melcocha”.

Luis Alberto:             (nervioso, mira hacia todas partes, como buscando a alguien) Alguien me tiene que estar jodiendo…

La Comandante:         Llevas a todas al mismo hotel; pagas siempre en efectivo, para no dejar rastro con los papelitos del punto de venta o los estados de cuenta; jamás te bañas con el jabón chiquito para no oler a avena; grabas sus teléfonos en el celular con el nombre de las ferreterías donde compras tus materiales de trabajo y apenas las despachas, eliminas el contacto de la agenda.

Impulsado por los nervios, Algarete salta abruptamente del banco, pero, La Comandante, con un fuerte y determinado empujón lo obliga a sentarse nuevamente.

Luis Alberto:             (grita desesperadamente) ¡Salgan, coños de madre! ¡Ya está fuerte la joda, vale! ¡No da risa, chamo! ¡Se pasaron!

El silencio inunda el espacio. Poco a poco, Luis Alberto cae presa del desánimo de verse atrapado.

La Comandante:      ¡Ah! Y jamás descuidas el teléfono. Cuando te vas a bañar, o a defecar… lo apagas. Pero, siempre lo dejas visible. Así das la sensación de que no tienes nada que ocultar.  Todo un profesional.

El desánimo de Luis Alberto se transforma rápidamente en impotencia, por lo que no tarda en explotar.

Luis Alberto:             (colérico) ¡Tú no eres capaz de delatarme! ¡Mi Sarita jamás le creería a una loca disfrazada de guerrillera como tú! ¡Ella confía en mí!

La Comandante toma el walkie talkie de su cintura.

La Comandante:      (al radio transmisor) Atención, Destacamento Macagua… Destacamento Macagua… Cambio.

Radio:                        Destacamento Macagua, Comandante… Cambio.

La Comandante:      ¿Todo listo para ejecutar el 10-34 alfa bravo charlie? … Cambio.

Radio:                        Listos. En posición. Cambio.

Luis Alberto:             (nervioso) ¿Qué es un 10-34 alfa bravo charlie?

La Comandante:      En este preciso momento, una de nuestras agentes tiene una carpeta con copia de todo este material… y está a solo 10 metros de la farmacia donde trabaja Sarita. 

Luis Alberto:             (nervioso) ¡Cuidado y me le echan una vaina! ¡Ella no tiene nada que ver!

Algarete se retuerce de los nervios.

Luis Alberto:             (entrando en el umbral de la desesperación) ¡¿Qué quieres de mí?!... ¡¿Por qué yo?!

 La Comandante:      Información, Luis Alberto Algarete…. Información… Solo eso.

Luis Alberto:                         ¿Cuál información? Yo no sé nada.

La Comandante salta sobre Luis Alberto y comienza a estrangularlo. El hombre intenta zafarse del apretón, pero no lo logra.

La Comandante:       Sí, sabes, Algarete…. ¡Y sabes mucho! ¿Vas a hablar?

Luis Alberto, casi sin aire en los pulmones hace señas de afirmación. La Comandante lo suelta y el hombre cae tendido al piso.

Luis Alberto:                         (tratando de recuperar el aliento) ¿Qué quieres saber?

La Comandante camina en círculos alrededor de Algarete. Lo examina con la mirada. Disfruta ver a su presa sumisa.

La Comandante:       Quiero saber… ¿Por qué lo hacen?
Luis Alberto:             (confundido) ¿Cómo que por qué lo hacen? ¿Qué hacen quienes?

La Comandante explota de ira y se dispone a golpear a Luis Alberto, quien se resguarda acurrucándose en el suelo. La mujer se contiene. Trata de apaciguar su furia. Ayuda al asustado a sentarse en el banco.

La Comandante:       Empecemos otra vez. De arriba… ¿Por qué lo hacen?

Luis Alberto:             (confundido) ¿Por qué hacemos qué?

La Comandante:      (explota nuevamente) ¡Montar cacho, carajo! ¿Por qué los hombres montan cachos? ¿Cuál es su motivación? ¿Dónde está la ganancia? ¿Qué buscan con eso?

Luis Alberto:             No lo sé.

La Comandante:      ¡Sí, lo sabes! (estrangula a Luis Alberto nuevamente) ¡Y yo también necesito saberlo! Así que… ¡habla! (suelta al hombre, que desesperado busca aire por todas partes).

La Comandante:      (recomponiéndose) Todos los infieles que hemos atrapado te involucran. Te hacen responsable. Te reconocen como su líder. Dicen que tú tienes el secreto. Y yo… quiero ese secreto.

Luis Alberto:             ¿Cuál secreto? No hay secreto, chica. Uno lo que es…

La Comandante:      (interrumpiendo) No me vengas con el cuento de que los hombres son cazadores. Que todo está en su memoria genética. Eso es un cuento que los antropólogos infieles inventaron para hacer sus cochinadas con licencia. Consiguen dos huesos en una cueva y dicen que las ratas como tú pueden hacer lo que les da la gana, porque es una vaina cultural.

La Comandante encara a Luis Alberto.

La Comandante:    Yo quiero la verdad, Algarete. Quiero saber porqué si tienen unas mujeres maravillosas como esposas, o como novias, o como prometidas, necesitan estar con otras mujeres al mismo tiempo.

Algarete se arma de valor y se sacude el dominio de la mujer.

Luis Alberto:             ¡No te lo voy a decir!... (La Comandante queda estupefacta ante la reacción del hombre) ¡Nojoda!

La Comandante:      Me lo vas a decir, Algarete. La felicidad de los matrimonios y los noviazgos decentes de este país está en esa verdad.

La Comandante saca de su morral unas fichas de cartón y una almohadilla de tinta. Comienza a tomar a la fuerza impresiones de las huellas dactilares de Luis Alberto.

Luis Alberto:             Tú no sabes la catástrofe que se desataría de llegar a saberse ese secreto.

La Comandante:      (salivando de gusto) ¡Atraparíamos a todos los infieles de la tierra!

Luis Alberto:             ¿Y cómo sería ese mundo libre de infieles? ¿Ah? ¿Te lo has imaginado?

 La Comandante:     Anticiparíamos sus movimientos, podríamos tenderles trampas para que caigan solitos.

Luis Alberto:         Hoteles en quiebra por falta de huéspedes amatorios; floristerías cerrando sus puertas, porque la mitad de los ramos ya no se venden; restaurantes a medio funcionamiento, porque ya no hay quien invite.

La Comandante:      Mujeres felices y seguras por las calles. Un planeta de hombres buenos y fieles.

Luis Alberto:             Se acabaron los boleros despechados, los libros de autoayuda, los psicólogos, el chocolate, el pilates, las tiendas de ropa femenina y las tarjetas sobregiradas. ¡Todo se va a la mierda! ¿Por qué? Por la ambición de una…. Comandante.

La Comandante:      Todo por una noble causa. ¡Responde! ¡¿Por qué los hombres montan cachos?!

Luis Alberto:            Si respondo esa pregunta, arruino la vida mucha gente. Incluso de los matrimonios que solo los sostienen los cachos.

El silencio tensa el ambiente. La Comandante termina de tomar las huellas de Luis Alberto. Le ofrece una servilleta. El hombre agradece con una sonrisa y comienza a limpiarse los dedos. La mujer saca del morral una cámara fotográfica y un cartel con el número de expediente criminal que cuelga en el cuello de Algarete, quien extrañado no sabe cómo reaccionar. La Comandante le toma una fotografía a modo de presidiario. El poderoso flash enceguece a Luis Alberto. 

Luis Alberto:          (luego de reponerse) No soy un delator. Yo no pienso figurar en los libros de historia como el traidor que vendió a los suyos. ¿Te queda claro eso, verdad?

La Comandante lo observa con detenimiento, mientras retoma la compostura. Toma nuevamente el walkie talkie de su cintura.

La Comandante:   (al radio transmisor) Atención, Destacamento Macagua… Destacamento Macagua… Cambio.

Radio:                        Destacamento Macagua, Comandante… Cambio.

La Comandante:      Ejecuten el  10-34 alfa bravo charlie… Cambio.

Luis Alberto se estremece con la orden de La Comandante.

Radio:                   Confirmando orden. ¿Quiere que ejecutemos el 10-34 alfa bravo Charlie?…  Cambio.

Luis Alberto:             (nervioso) ¡Ya va!

La Comandante:       ¿Ya va qué?

Luis Alberto:              No lo hagan… todavía…

La Comandante:       (alegre) ¡Así se hace, Algarete! Sabía que en el fondo, muy en el fondo de tu corazón, quedaba algo de nobleza. No sabes lo que me alegra que hayas…  

Luis Alberto:             Solo te quería decir que no importa lo que hagas. No te voy a decir un carajo. Porque no te va a servir de nada. Ni a ti, ni a tu fulano comando. ¡Anda! ¡Delátame con Sarita! Ella me va a mandar al demonio. Y a mi se me va a partir el corazón… porque ella es mi esposa y yo la quiero. A mi modo, pero la quiero y la necesito. Pero, mañana… mañana me voy a levantar y voy a conquistar a otra mujer… y me voy a volver a casar… y voy a volver a serle infiel. ¿Y sabes por qué?

La Comandante:       ¿Por qué?

Luis Alberto:             No te lo voy a decir.

La Comandante deja caer su robusta humanidad sobre el banco. Piensa. Luis Alberto se sienta a su lado y trata de consolarla acariciando su hombro, mientras la mira con interés, como hurgando en su animo.

Radio:                        Repito. Confirmando orden. ¿Quiere que ejecutemos el 10-34 alfa bravo Charlie?… Cambio.

La Comandante:      (resignada) Está bien. Tienes razón. (Al radio) ¡Ejecútese!

Algarete se lamenta, colocando la cabeza entre las rodillas. Con sobriedad y determinación, La Comandante toma a Luis Alberto por el cuello y lo neutraliza con una llave estranguladora. El hombre trata de zafarse, pero es inútil. Con una mano, saca del bolsillo de su chaqueta una pinza.

Luis Alberto:             (sorprendido y asustado) ¡¿Qué es eso?! ¡¿Qué vas a hacer?!

La Comandante:       Que tu no quieras responder no quiere decir que nunca lo voy a conocer las verdad. ¿Y quieres saber por qué? Pues, yo si te lo voy a responder.

La Comandante comienza a lanzar picotazos con la pinza hacia la nariz de Luis Alberto, tratando en atrapar un vello.

La Comandante:     ¡Porque tu ADN será nuestro aliado! Así tenga que suplicarle al mismísimo Proyecto Genoma… o así tenga que aprenderme el libro de “Ciencias de la Naturaleza y Biología”, de Serafín Masparrote, para comprender la genética,… te juro que seré capaz, en un futuro no muy lejano, de crear una especie masculina libre del peligroso “gen de la infidelidad” y sus fulanas mutaciones.

Por fin, logra atrapar un vello de la nariz, el cual jala con fuerza hasta arrancarlo, acompañado del doloroso grito de Luis Alberto. La Comandante se levanta orgullosa enarbolando el vello que observa con fruición. Algarete se retuerce del dolor.

La Comandante:       Entiende algo, hombre infiel. El Comando ANABEL  no se rinde, no se entrega, no negocia con terroristas del amor. Nosotros estamos siempre allí, quieran o no. Creciendo cada segundo, ocupando los territorios y vigilando a cada hombre. No hay macho vernáculo en este país que no corra el riesgo de ser capturado en sus deshonestos actos.

La Comandante saca un tubo de ensayo de su morral y guarda allí el vello arrancado. Luego lo identifica con una etiqueta que raya con su marcador. La deposita en un envase mayor que se muestra sumamente seguro.

La Comandante:       Nuestras agentes secretas actúan encubiertas como secretarias, profesoras universitarias, gerentes bancarias, mesoneras, cocineras y hasta conserjes. A la menor sospecha de irregularidad pasional, notifican a la central y en menos de lo que un desgraciado elige una víctima lo atrapamos con las manos en la masa. ¿Cómo crees que llegamos hasta ti? ¿Estás seguro que tu amante no es una de nuestras agentes? ¿Cómo sabes que de verdad se llama María Antonia Chapuza Hernández?

Luis Alberto:             (ahora le duele el orgullo) Coño…

La Comandante:       Así que recuerda esto: no será hoy, quizás tampoco mañana, ni pasado. Pero, algún día… algún día el Comando ANABEL purificará este planeta, librándolo de los hombres infieles. Y tus hijas, o tus nietas, o tus bisnietas, verán un busto con mi cara en cada plaza, en cada redoma, en la isla de la autopista y dirán: ¡Gracias por liberarnos! Nos vemos, Algarete, pórtate bien… que te conviene.

La Comandante se retira realizando las mismas maniobras de ocultamiento que empleó en su llegada. Asustado, Luis Alberto se repone del dolor, sin perder de vista a la mujer. En la medida que se aleja se va incorporando. De pronto, se percata de que aún el celular está en su bolsillo. Lo saca, lo observa pensativo un rato y, nervioso, lo retorna a su lugar. Con actitud paranoica, casi de rodillas, el hombre abandona el parque para siempre.
   
Telón.   

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