Anoche estaba haciendo una tortilla. Mayor fue mi sorpresa cuando al romper el huevo salió una gallina.
El animal brincaba de un
lugar a otro, dándome picotazos para que no la atrapara. Si no podría comer
tortilla, al menos comería un buen caldo de gallina.
De la mesa de la cocina
voló a medias hasta el lavandero y chocó contra la ventana que estaba cerrada.
Allí, la acorralé, pero batiendo las alas y haciendo un ruido terrorífico se
escurrió entre mis dedos. Como pudo llegó a la sala, donde ya no volaba, pero
sí corría. Y yo tras ella, jadeando rabia y sudando impotencia.
Finalmente, la gallina se
rindió, dejándose caer sobre el sofá. Me acerqué con delicadeza, paso a paso,
mientras ella se enterraba en uno de los cojines de mueble.
La gallina no opuso
resistencia. Se entregó con dignidad a mis manos ansiosas. Y mayor fue mi
sorpresa cuando me di cuenta que había puesto un huevo. Si no podría comer un
caldo de gallina, al menos comería una buena tortilla.
Fui a la cocina y con
emoción rompí el huevo… del cual salió una gallina.
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