Son las
nueve de la mañana en una elegante oficina. El caos es total a causa de una
falla en la red de computadoras, que tiene paralizada las operaciones del día. Desde
sus respectivos escritorios, los ejecutivos protestan contra el joven encargado
de informática, que se encuentra sentado en un puesto cercano. Arremeten contra
el técnico cada vez con más fuerza, arrojándoles papeles y profiriéndole
terribles insultos, mientras éste, presa de los nervios y la ansiedad, teclea
epilépticamente en su máquina, tratando de solucionar el problema. Pasan las
horas y el problema se agudiza, mientras el encargado lee los manuales, revisa
los cables bajo los escritorios y telefonea en busca de ayuda. Los directores
de la empresa se presentan en su puesto. Le reclaman por no poder solventar el
inconveniente y le exigen rapidez en sus acciones bajo amenaza de despido.
Cansado y
al borde de la derrota, el muchacho se dirige al dispensador de agua, para refrescar
su garganta y sus ideas. Toma un cono, lo coloca bajo el grifo, y al presiona
la palanca el botellón se enciende como una inmensa llama celestial, rodeado de
un aura multicolor que lo ilumina todo. El joven vive una instantánea sensación
de claridad y paz. Vuelve a su escritorio y teclea breves instantes. El
problema está solucionado. Los empleados aplauden y dedican canticos de
felicitación para el salvador. Los directores se acercan a felicitarlo.
Son las
once de la mañana. La rutinaria productiva de la oficina se ve interrumpida por
una nueva falla tecnológica. Esta vez en la batería de impresoras. El técnico
se apersona en el lugar y nuevamente es objeto de insultos por parte de un
grupo de trabajadores deseosos de terminar sus obligaciones antes de la hora
del almuerzo. Éste, con aires de superioridad y sapiencia universal, los
exhortar a la calma. Se dirige hacia el dispensador de agua. Toma un cono, lo
coloca bajo el grifo, y al presiona la palanca no suceda nada, solo sale agua.
Confundido, regresa al cuarto de las impresoras. No le queda otro remedio que abocarse
con paciencia a su tarea.
Las horas
pasan. Llega el break del almuerzo y
el especialista continúa revisando las impresoras, de arriba a abajo sin
conseguir la raíz de la traba. Finalizada la hora de descanso, todos regresan,
no sin antes insultar y burlarse del servil asalariado, que se mantiene de
rodillas examinando los equipos.
De
pronto, cansado y al borde de la derrota, observa de reojo el botellón. Se
acerca de nuevo. Toma un cono, lo coloca bajo el grifo, y al presiona la
palanca el botellón se enciende como una inmensa llama celestial, rodeado de un
aura multicolor que lo ilumina todo. El joven vive nuevamente una sensación
claridad y paz. Regresa a las impresoras y manipula un par de cables más. El
problema está solucionado. Los empleados aplauden y dedican canticos de
felicitación para el salvador. Los directores se acercan a felicitarlo una vez
más.
Son las 3
de la tarde. El encargado del área de informática comienza a sangrar por la
nariz. Extrañado, la secar con unas cuantas servilletas. Pasan las horas y la
sangre aún brota, incluso, con más fuerza. Se limpia con todo lo que le es
útil. Su aspecto luce cada vez más sudoroso, débil y demacrado. Parece que
estuviese muriendo. Toma un par de pastillas. No pasa nada. Finalmente, de
reojo, ve el botellón. Se dirige hacia él. Toma un cono, lo coloca bajo el
grifo, y al presiona la palanca se percata con terror que el botellón está
vacío. Blackout.
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