jueves, 1 de abril de 2010

Tobazos


Esta cayendo otra vez. Hoy más que nunca. Golpeando insistentemente las cabecitas del tumulto caraqueño. Esta cayendo, como una enorme sábana blanca, de hilos desordenados pero certeros, sobre los carros detenidos en la autopista, sin aire acondicionado. Evaporándose por dentro. Mientras, las cabezas de los conductores y sus acompañantes se salen por las ventanas, mendigando el aire que les roba el enorme mounstro liquido.

A tobazos se sienten caer sus hilos, uno a uno, y luego todos a la vez, inundando el espacio. Es como si Caracas tuviese la necesidad de transformarse en una especie de Atlántida, en la que los motorizados derrapan con sus wave runner modelazo 2005, las abuelas brincan enormes charcos como Carl Lewis en el 92, y los niños se bañan y hacen buches de amibiasis. Nada gracioso, por cierto. Todo, bajo las miradas represivas de muchos Neptunitos. Algunos vestidos de caqui, algunos de azul, algunos de aceituna y barro.

En el pasado la inmensa sábana blanca evocaba libertad, amor primitivo y simple, olor de monte mojado y pupú pisado. Libertad. Cuando sus hilos punzaban el cuerpo, era como una insinuación a soltar las amarras de lo ético, de lo políticamente correcto, y ensoñar la grandeza, las manos sueltas y el corazón vibrante. Pero hoy, la sábana blanca cae sobre Caracas con otros aires, cargados de miedo y pesar, de recuerdos e impotencia. Quizás porque la lluvia se llevó lo mejor de sus habitantes, o porque el tamaño de la angustia es directamente proporcional a la potencia de la caída de la sábana, y a la fuerza del choque de sus hilos sobre el cuerpo de un niño varguense. Lo que ayer era una bendición, hoy es un castigo.

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