martes, 12 de mayo de 2015

EL HOMBRE POLLO




El “hombre pollo” se dispone a entrar en la cocina, tan pequeña como mugrienta. Se detiene por segundos en la puerta batiente a observar las patas, los cuadriles, las alas y las pechugas empanizadas, que nadan en el inmenso caldero de aceite hirviendo que el calvo y torcido flaco hace olear con la paleta de madera. 

Espera a que salgan algunos empleados que se despiden hasta el día siguiente y termina de entrar, con su pesado plumaje de fieltro y foami, arrastrando los roídos zapatos de goma y también la dignidad. Deja sobre una mesa un puñado de volantes, saca de un locker su mochila y extrae de éste un envase de plástico y un tenedor. Se sienta en la mesa dando la espalda al festival de fritanga.

Cuando el hambre aprieta, la moral afloja ¿verdad? —comenta el cocinero con tono burlón.

El “hombre pollo” destapa el envase.

¿Pata o pechuga? —pregunta el cocinero con el mismo tono burlón.

Con indiferencia, el "hombre pollo" se quita la máscara, dejando ver sus huesudos pómulos y clava el tenedor en un brócoli con extraño aspecto de bonsái. Trata de llevarlo a la boca, pero es interrumpido por una sensación fría que le aprisiona los riñones. 

¿Pata, pechuga o una puñalada, hippie de mierda —ronca el cocinero en su oído.

El cocinero regresa al caldero, toma tres piezas al azar y apaga el fuego. En un plato de cartón las lleva a la mesa y las coloca junto al perol repleto de brócoli. El "hombre pollo" trata de levantarse, pero encuentra al cocinero resguardando la puerta con el inmenso cuchillo de picar pollo.

Con mano firme, el "hombre pollo" toma el cuadril. Observa con detalle cómo el aceite que aún hierve en un concha, chorrea hasta el plato de cartón que casi desintegra. Con asco, lo lanza lejos de él, provocando la ira del cocinero que se acerca y lo abofetea con violencia. Recoge el cuadril del piso y lo regresa al plato. Observa al "hombre pollo" en silencio retador, arrancando pequeños trozos de piel empanizada de la pieza rescatada. 

El cielo debe estar hecho de esto. Así, que respeta —comenta con fruición el cocinero antes de masticar la piel.

El "hombre pollo" empuja el envase con los brócolis, acercándolo al cocinero.

Tú te comes un brócoli… y yo me como una mierda de esas —dice con aplomo el "hombre pollo" ofreciéndole su tenedor.

Un silencio retador inunda la cocina. El flaco torcido se bambolea mirando a todos lados, como si buscara la respuesta en el aire. Finalmente, se arma de valor, se sienta a la mesa, cambia el cuchillo por el tenedor y puya un arbolito que se lleva entera a la boca. Mastica con los ojos cerrados y traga con los ojos abiertos. 
El cocinero chupa los restos del vegetal que se cuelan entre su muelas, mientras su mirada se aleja. El "hombre pollo" sonríe ante la cara de desconcierto del cocinero, que come otro brócoli. Y otro. Y otro. Hasta que el envase queda completamente vacío.

Quiero más de esa vaina hippie —pide el cocinero mientras se dibuja una tierna sonrisa en su grasosa cara. 

No hay más. Mañana te traigo —responde el "hombre pollo" tratando, sin éxito, de disimular su felicidad.

El cocinero pierde la sonrisa en la medida en que su respiración se torna difícil. Mira una y otra vez al caldero, donde el resto del pollo ahora flota en aceite frío. Se muerde los labios para aguantar y no lo logra y de un salto se lanza al caldero como león de documental al venado indefenso. 

Pero el "hombre pollo" salta tras él y agarrándolo fuertemente por los hombros hace fuerza contraria para impedirle que alcance el pollo frito de la olla. El cocinero se voltea con furia y lo golpea en la cara, lanzando casi dos metros hacia atrás, con todo y lo pesado de su plumaje amarillo; tan amarillo como ningún pollo es amarillo.

Como una víctima del síndrome de abstinencia, el cocinero intenta volver al caldero. El "hombre pollo" se recupera, toma el cuchillo y se abalanza sobre él, dispuesto a matarlo antes de dejarlo reincidir. Pero no cuenta con la pericia que el cocinero ha adquirido en el manejo del cuchillo y que le permite arrebatarle el arma con unos pocos pases de mano.

Al día siguiente, el comisario Durán analiza con sospecha los dos cuadriles, los dos muslos, la pechuga y el pescuezo, de tamaños anormales que flotan en el caldero.